jueves, 31 de mayo de 2012


Las raíces de la debacle que estremece al mundo
La crisis económica internacional
30/05/2012 -
Continúa desarrollándose una crisis cuya magnitud y extensión no ha conocido la historia  del capitalismo.
Es una crisis cíclica de sobreproducción relativa de bienes que viene conmoviendo la economía de los monopolios y los países imperialistas, aunque en forma desigual, como lo muestra el desplazamiento de la producción de Oeste a Este y el ascenso de China a segunda economía mundial. También afecta a los países dependientes y a los trabajadores en todo el mundo. El centro de la crisis se ha desplazado de EEUU a Europa.
Las raíces de esta crisis
Las raíces de la crisis están vinculadas al período que siguió a la derrota sufrida por el proletariado con la restauración capitalista en la URSS en 1957 y posteriormente en China, que implicó la desaparición del mercado socialista.
El colapso de la URSS fue una crisis del capitalismo, aunque se lo quiso presentar como un colapso del socialismo. En la URSS y los llamados “países del socialismo real” de Europa Oriental existía otra forma de capitalismo -un nuevo tipo de capitalismo monopolista de estado- con su mercado propio, el Comecon.
Con la derrota del socialismo y la posterior caída del Comecon se formó un mercado capitalista único. Así, el capitalismo dispuso de una gigantesca “carpa de oxígeno”, con una mano de obra inmensa con salarios muy bajos, aumento de las horas y la intensidad del trabajo. Esto permitió incrementar extraordinariamente la plusvalía de los monopolios imperialistas.
No fueron sólo los monopolios occidentales los que acumularon esta masa de plusvalía con la explotación de la clase obrera de los países donde se restauró el capitalismo. La que más acumuló fue la burguesía china, como lo había sido anteriormente en Rusia. Realizó negocios con tierras, desplazando a los campesinos, pagó salarios de hambre, etc.
Cuando en la crisis de 1997 el capital financiero yanqui y europeo impuso a los llamados tigres asiáticos la revaluación de sus monedas, China resistió la presión, imponiendo el hecho de que la moneda china quedara atada al valor del dólar como hasta ahora. De esta manera mantuvo su ventaja en la exportación de su producción industrial a EEUU y Europa; y desde allí dio el salto posterior desde el 2000 en la exportación de capitales, que se incrementó a partir del 2007.
La crisis actual
La crisis iniciada en el año 2007 tuvo primero su epicentro en EEUU. Gran parte de la extraordinaria plusvalía y las ganancias obtenidas en Asia, principalmente a partir de la restauración capitalista en China, fueron a parar al mercado financiero norteamericano. El auge del consumo y las inversiones en viviendas se hicieron con la expansión desorbitada del crédito hipotecario del sistema bancario. La crisis de superproducción relativa de viviendas se hizo patente, y los fondos de inversión que canalizaron las ganancias de los monopolios entraron en pánico.
La caída de Lehman Brothers en setiembre de 2008 fue la manifestación del derrumbe del mercado inmobiliario de EEUU, y obligó al gobierno de Bush a apelar a los dineros públicos, a un mayor endeudamiento del Estado para evitar la quiebra de los grandes bancos y monopolios que había ocurrido en 1930, incrementando en grandes magnitudes el déficit fiscal.
Esto se continuó por el gobierno de Obama y produjo una fenomenal emisión de títulos del Tesoro (y en consecuencia de dólares). También obligó a todos los países imperialistas, en acuerdo del G-8, a tomar medidas semejantes: millones de millones de dólares fueron volcados a la banca privada y los monopolios para frenar su caída, a costa de un aumento fenomenal del déficit y del endeudamiento de los estados y sus bancos centrales. También China tomó medidas semejantes en grandes dimensiones.
De esta forma se socializaron las pérdidas, mientras la burguesía monopolista se quedó con gigantescas ganancias. Se produjeron recuperaciones relativas que dependen de fondos públicos. Pero la magnitud de la crisis ha venido requiriendo extraordinarias inyecciones de dinero por parte de los Estados tratando de sostener a los bancos y entidades financieras. Esto ha significado una expansión tal del crédito público que ha puesto en cuestión la capacidad de mayor endeudamiento de los propios estados de las principales potencias imperialistas, llegando incluso en algunos casos hasta la insolvencia.
Pasaron entonces a ser los estados los que ya no encuentran más crédito para financiarse. Recurren entonces a ajustes que les permitan “cerrar” sus cuentas, reduciendo los gastos sociales y aumentando los impuestos para sostener su endeudamiento.
Así, descargan la crisis sobre el pueblo y ponen en riesgo incluso las más que débiles y temporarias recuperaciones.

martes, 29 de mayo de 2012


25 de mayo de 1810
La revolución inconclusa

No se resolvieron las tareas de la revolución democrática, principalmente las tareas agrarias. Cuestión que aún hoy, entrelazada con la nueva cuestión nacional en esta época del imperialismo y la revolución proletaria, sigue sin resolverse.
Revolución de Mayo y guerra de la independencia
El pronunciamiento de Buenos Aires del 25 de mayo de 1810, casi simultáneo al de Caracas del 19 de abril, marca en nuestro país el inicio de una guerra prolongada y heroica –con la formación de los ejércitos patrios, de las milicias y de las guerrillas originarias y campesinas; con batallas decisivas como Suipacha, Tucumán y Maipú; con éxodos de pueblos enteros como el jujeño y el oriental; con heroicas guerrillas como las dirigidas por Güemes en Salta y Jujuy, y Arias, Arenales, Warnes, Muñecas, Padilla, Juana Azurduy, los caciques Titicocha, Cáceres y Cumbay, y tantos otros en el Alto Perú–, parte de los procesos de la guerra de la independencia en la mayoría de los países de Latinoamérica, hasta la derrota definitiva de los colonialistas españoles en los campos de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.
En la guerra de emancipación nacional convergieron las masas campesinas, sobre todo originarias, que protagonizaron los heroicos levantamientos del Alto Perú, del noroeste y del noreste argentinos, del Paraguay y del Uruguay; los sectores rurales y urbanos criollos democráticos y antifeudales, como los expresados por Murillo en Bolivia, Gaspar de Francia en Paraguay, Artigas en Uruguay y Moreno, Castelli, Belgrano y Vieytes en Argentina; y además, los sectores de la aristocracia terrateniente criolla que, acordando en la lucha por la independencia de España, lo hacían defendiendo sus privilegios de clase y, por lo tanto, oponiéndose al desarrollo de los elementos democráticos, antifeudales y populares.
La revolución de 1810 no fue simplemente el producto de la acción de una elite cívica-militar. Como en toda verdadera revolución, que enfrenta un poder constituido, hubo sí una minoría organizada en forma conspirativa en el llamado Partido de la Independencia. Hubo también rebelión de una parte de las fuerzas militares, inspirada por esa minoría, y sobre la base del alzamiento popular generalizado.
La derrota de las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, en la que jugó un papel decisivo el pueblo de Buenos Aires en cuyas milicias participaron también mujeres y negros, y las nuevas fuerzas militares creadas en el curso de la defensa y lideradas por criollos, estimularon la agitación política y militar, y la organización clandestina de los sectores patriotas.
El 25 de mayo se produjo el alzamiento que posibilitó que los patriotas impusieran, en el Cabildo, la designación de un nuevo gobierno provisorio, la Primera Junta y se creó un nuevo ejército liberador, con los soldados y jefes que pasaron al bando patriota y las masas convocadas por el grito de libertad, en el terreno abonado por los levantamientos originarios y criollos previos.
El accionar de estas masas abrió el camino a los ejércitos patrios y empantanó a los realistas, superiores en número y en entrenamiento militar. Así fue en las campañas a la Mesopotamia y a la Banda Oriental, y aun más claramente en las del Noroeste y el Alto Perú: las hondas y macanas de los valientes cochabambinos dispersaron las fuerzas realistas y el 7 de noviembre de 1810, en Suipacha, el ejército revolucionario vence por primera vez al ejército español; el éxodo de la mayoría del pueblo jujeño en 1812, dejando sin recursos al enemigo, y el constante ataque de las guerrillas impidiendo su abastecimiento por la Quebrada de Humahuaca, permitieron a Belgrano derrotarlos en Tucumán y Salta. También los obstinados y titánicos esfuerzos de las guerrillas mestizas y originarias desde Salta a Cuzco y Puno, entre 1814 y 1824, fueron decisivos para frustrar los nuevos intentos realistas de asentarse en Jujuy y Salta y avanzar hacia el sur, pese a que hubo sectores oligárquicos locales que colaboraron con ellos.
El 9 de julio de 1816 el Congreso de Tucumán declaró la independencia de España “y de cualquier otra dominación extranjera”. La guerra de guerrillas de los pueblos de Salta, Jujuy y del Alto Perú, la independencia de Paraguay liderada por Gaspar de Francia, y el curso de la revolución en la Banda Oriental, encabezada por Artigas, permitieron mantener la independencia declarada en Tucumán y cubrieron la espalda de San Martín, quien, apoyándose en los pueblos de Cuyo, en acuerdos con los patriotas chilenos y con el apoyo de los originarios de ambos lados de la cordillera pudo conducir la epopeya histórica de construir el Ejército de los Andes y cruzar la Cordillera.
Tras el triunfo en Chacabuco, y a pesar del revés en Cancha Rayada, el Ejército de los Andes pudo derrotar definitivamente a los realistas en los campos de Maipú. Posteriormente, pese a la oposición de la oligarquía bonaerense, pudo llegar por mar a Lima y contribuir a la independencia del Perú.
La experiencia de la guerra revolucionaria de 1810 a 1824 mostró la importancia de las masas campesinas y originarias y de sus formas de lucha: la guerra de guerrillas y la guerra de recursos –retirando todos los posibles abastecimientos del alcance de las tropas enemigas–, se mostraron como instrumentos imprescindibles en este tipo de guerras. Cuando jefes criollos así no lo entendieron, por su concepción de clase de la guerra, sufrieron grandes reveses militares, dado que concentraron fuerzas para confrontar “ejército contra ejército”, desatendiendo e incluso enfrentando –por supuestamente anárquicas– a las guerrillas campesinas y originarias.
Pese a las múltiples disensiones internas –por la heterogeneidad de los componentes del frente antiespañol–, la decisión de los pueblos de defender la libertad con las armas en la mano permitió la continuidad de la guerra emancipadora. Permitió, además, que se utilizaran a favor de la independencia de nuestros países las disputas entre las distintas potencias europeas que, junto a la sublevación del pueblo español desde 1808, jugaron un papel importante en el debilitamiento del poder militar de la corona. Así se logró la independencia nacional.
Sin estar derrotados los españoles en el norte de Argentina, los terratenientes bonaerenses cambiaron de enemigo: pusieron como blanco a Artigas; derrotado éste, ya con el gobierno de Martín Rodríguez, en 1820, comenzaron la campaña de exterminio a los originarios en la zona pampeana.
La hegemonía de los terratenientes y grandes mercaderes criollos hizo que fuera una revolución inconclusa: no se resolvieron las tareas de la revolución democrática, principalmente las tareas agrarias. Cuestión que aflora en todas las luchas posteriores y que aún hoy, entrelazada con la nueva cuestión nacional en esta época del imperialismo y la revolución proletaria, sigue sin resolverse.
(Extractado del Programa del Partido Comunista Revolucionario de la Argentina, 11 Congreso, San Luís, febrero de 2009).