Es
necesaria una respuesta del pueblo
La inseguridad
escribe Aníbal Urdínez
Desde hace varios años, la inseguridad se ha
convertido en uno de los principales reclamos del pueblo y centenares de luchas
se libran por esa causa en el país. Sin embargo, el kirchnerismo básicamente se
desentiende, aunque apremiado por la situación, ha hecho algunos movimientos
cosméticos. Pero la situación se agrava día a día, y la clase obrera y el
pueblo lo sufren diariamente en los lugares de trabajo, la calle, el barrio, la
casa; en todos lados: droga, inseguridad, y aprietes mafiosos.
El negocio de la seguridad privada y la droga, el
apriete mafioso de sectores de las policías, muestran el avance brutal de la
inseguridad. En la época de Menem la Argentina se transformó en un paraíso de
las inversiones extranjeras. Se privatizó casi todo, los monopolios extranjeros
compraron una buena parte de nuestra industrias y se apropiaron de tierras. Fue
un enorme negocio en particular para las fortunas lavadas del delito. Junto a
la desocupación, el hambre y la flexibilización laboral, creció la insoportable
inseguridad ciudadana y con ella la privatización de la seguridad, dado que el
Estado se desentendía también de ella. Con la lucha, las masas resistieron en
todos los terrenos. Se fue produciendo una crisis de hegemonía y la pérdida del
consenso del Estado sobre la población. La desocupación generó millones de
pobres y también mano de obra lumpen para esclavizar con el delito y la
distribución de drogas. Esta situación produjo cambios profundos en la clase
obrera: se instalaron ejércitos privados en los lugares de trabajo que
controlaban a la masa obrera, y cámaras de seguridad para garantizar la
superexplotación.
También, con los ritmos infernales fueron metiendo la
droga en los lugares de trabajo. Primero fue en la pesca de altamar; hoy está
en muchas fábricas. Se perdieron puestos ocupados por obreros que estaban en
convenio. Fue creciendo un sindicato que antes era muy pequeño, la UPSP.
Crecieron ejércitos privados, armados y desarmados; y aumentaron las empresas
de seguridad privada en forma exponencial. Hoy llegan a 700 y mueven anualmente
3.200 millones de dólares, emplean 160.00 personas, el doble de todas las
fuerzas de seguridad.
El pueblo paga fortunas por el costo de “la
seguridad” en los precios finales de las mercancías y servicios; mientras el
sueldo promedio de un vigilador es de $2.800. Muchos obreros desocupados, y por
supuesto policías retirados de baja graduación fueron incorporados, y miles de mujeres.
Los finales de Menem y el gobierno de De la Rúa, asociaron el delito y la
seguridad privada a los negocios inmobiliarios en los countries (barrios
cerrados). Los pobres y la clase trabajadora se enrejaron, compraron armas, y
sufren día a día, sobre todo las madres, la angustia por las salidas de sus
hijos adolescentes. Las policías no resuelven nada, pero cobran por todo:
desarmaderos, robo de coches, prostíbulos, boliches bailables (Cromañón lo
demostró palmariamente), hoteles, protección de negocios, transito,
restaurantes, etc. Se paga impuestos al Estado para seguridad, sobreprecios de
mercancías y servicios para la seguridad, y la coima a las policías estatales.
Con De La Rúa y Duhalde la situación se agudizó con
más tránsito de droga, cocaína y marihuana que se empezó a cultivar en gran
escala en Paraguay. La Argentina, de país de tránsito se fue transformando en
país que “cocina”.
Un nuevo
escalón
A partir del gobierno kirchnerista, que vino a apagar
la brasas del Argentinazo, el Estado intensificó el uso de la droga como
instrumento de dominación y domesticación, particularmente de la juventud, que
fue un protagonista fundamental del Argentinazo. Un instrumento de ganancias
millonarias, que paga la víctima. Por eso se fueron inundando de drogas los
barrios pobres, las villas, las ciudades; y hoy hasta los pueblos y los baños
de las fábricas, donde se aumentaron los ritmos de producción a niveles
insoportables.
Avanzó la marihuana y particularmente la producción
de efedrina, que es base para la metanfetamina, cuyo negocio principal lo hacen
los carteles mexicanos. Está demostrado que sus productores aportaban para la
campaña de los Kirchner. Los crímenes de Gral. Rodríguez ventilaron esta
situación ante millones de argentinos. Creció “el paco”, la marihuana, la
efedrina, y por supuesto dio un nuevo salto la inseguridad, porque ya no
tenemos un cartel narco, tenemos varios.
El crecimiento enorme de los negocios de la seguridad
privada, la industria de la seguridad, la droga, la trata, el juego, los
casinos, etc., se ha dado en medio de disputas de diversos grupos que han
penetrado profundamente en el Estado, cada uno de ellos con vinculaciones con
diversos sectores del aparato de seguridad, judicial y político. Dejan
territorios liberados para sus negocios y disputan por el control de los
territorios. Hay, también, sectores que no están en ninguno de esos grupos, y
no se van hacer matar por lo negocios de los jefes.
Ya en 2004, la situación explotó. Blumberg se puso al
frente y pretendieron llevar un gran movimiento de masas por derecha. La
explosión fue una gran llamarada, asustó al kirchnerismo pero se apagó
rápidamente. El pueblo lo sufre, pero no quiere ir por derecha. La inseguridad
es uno de sus principales problemas sociales, lo vive diariamente, es motivo
diario de conversación, de angustia y temor colectivos. Se siente impotente,
pero no está dispuesto a ir por derecha, por eso Blumberg fracasó y desapareció.
Una
gravísima situación
Es evidente lo que pasa todos los días en los
barrios, con la droga, que tiene esclavizados –destruyéndolos– a centenares de
miles de jóvenes. A millones de madres con el corazón en la boca. No hay
instituciones para tratar a los miles de adictos. El gobierno se desentiende
porque es parte del negocio. Se roba por 10 pesos, se apuñala, se mata. Nunca
los responsables –que son los jefes narcos y sus socios políticos– van presos;
solo se encarcela a pobres y adictos, que llenan cárceles sin re- cuperación
alguna. Somos la única fuerza de la izquierda que lucha activamente contra la
droga.
Este gobierno tiene uno de los índices mayores de
asesinatos de jóvenes por “gatillo fácil”. Cuando se ve caer en operativos
miles de kilos de droga, se podría pensar que está llegando el “mani pulite“
como en Italia, de las clases dominantes contra los narcos. Pero nada cambia en
realidad: son guerras que se libran entre los cárteles. Estos grupos se golpean
unos contra otros con las fuerzas públicas, lo que indica que tanto el Estado
nacional como los provinciales están metidos en buena parte en esa disputa. La
actividad mafiosa va acompañando distintos negocios, como el fútbol, como se
expresa en parte de las barras bravas. También en las patotas sindicales. La
situación se agrava y se va tornando incontrolable.
La situación ha dejado en nuestras manos un argumento
de enorme peso social, ideológico, de mucha razón: que privatizaron todo, que
pagamos para vivir en la inseguridad y la droga está por todos lados. La clase
obrera y el pueblo deben dar un salto político y tomar el tema en sus manos,
para avanzar en la lucha por la solución del problema, que es parte de su lucha
estratégica por la revolución y de su lucha táctica para acumular fuerzas para
realizarla. Golpeando como blanco a un sector de políticos, jueces, y policías
del bloque de clases dominantes; y dirigiendo el golpe principal al gobierno
kirchnerista. Impulsando, con nuestra línea, la organización de las
autodefensas por la seguridad integral del ciudadano, con las masas, en cada
barrio y en los lugares de trabajo, como especialidad y complemento del
conjunto de la lucha política y social.
Una línea
de masas
No se trata de oponer “un aparato contra otro
aparato”; sino de una lucha de masas para ir corriendo manzana por manzana en
los barrios, baño por baño en las fábricas, a los narcos, el robo, desnudando a
los políticos, jueces, y sobre todo al Estado podrido. Debemos dar la pelea
para que no entren nuevos jóvenes en la adicción, y ayudar a rescatar los
adictos, dando la lucha, en municipios y gobernaciones, por lugares para
tratamiento. Tenemos que enfrentar “el gatillo fácil”, poniendo el blanco en
los responsables y no en las victimas, ejerciendo la elemental justicia de masas,
dando cauce con la lucha, a la impotencia y a la respuesta individual, uniendo
al pueblo y organizando la lucha contra la droga y la inseguridad, junto a la
lucha por los salarios contra el hambre, por la salud, la educación, la
vivienda etc., es decir una lucha integral.
El 2001 fue un ejemplo de masas, de cómo los vecinos
se organizaron y alumbraron esa unidad ciudadana. Este año, con el temporal que
golpeó al Gran Buenos Aires pasó lo mismo. Son grandes ejemplos para
generalizar y organizar, a la vez que se encabeza la lucha contra el ajuste y
para no pagar la crisis, y por una salida revolucionaria del pueblo
hegemonizada por la clase obrera, que también termine con estas lacras.
Las autodefensas deben ser parte de todo lo que pasa
en el barrio, lo comunitario, el hambre, los comedores, el tránsito, los
ancianos, el alumbrado, el agua, la vivienda, etc. Un trabajo integral.
Allí está el tercer jugador en la cancha: nuestra
juventud está haciéndolo con la lucha contra la droga, el camino esta iniciado.
Debemos hacerlo todos. Debemos animarnos. Nuevamente la lucha de masas está
creciendo rápidamente. Trabajaremos para atraer al lado del pueblo a un sector
de las tropas policiales, y del personal de la seguridad privada. Pelear allí
para atraer a la gente que está a favor del pueblo. Tenemos ejemplos prácticos,
como el del “policía piquetero”, las policías quebradas haciendo piquetes en
Chubut, Salta, Santa Cruz y otros lugares. Hay muchas mujeres y familiares de
policías participando en los movimientos de desocupados. Debemos discutir a
fondo y salir, este es el momento. Comienza a explotar nuevamente. Si no nos
metemos profundamente vamos a quedar nuevamente de espectadores, y va a ser una
gran derrota y una gran debilidad para avanzar en poner a la clase obrera en el
centro y en la hegemonía de un amplísimo frente que pelee una salida
revolucionaria enfrentado la crisis y la política del Estado de las clases
dominantes, hegemonizado por el kirchnerismo.
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