1810-2013
25 de Mayo: ¿qué se
conmemora?
Autor: Marcos D’Amico
Un nuevo aniversario del 25 de Mayo nos
convoca a la conmemoración y la reflexión. Ese día de 1810, luego de haber
desarticulado la maniobra del Cabildo instaurando una Junta presidida por el
propio virrey, los criollos derrocaron a Cisneros e impusieron nuestra Primera
Junta.
Lo hicieron rompiendo la legalidad del orden colonial y, aún con la
cobertura formal del voto de los cabildantes, impusieron la lista de
integrantes de nuestro primer gobierno patrio haciendo valer la fuerza de las
milicias criollas y el movimiento popular agitado por los “chisperos”.
Culminaba así, aprovechando condiciones internacionales favorables, un
prolongado y sinuoso proceso de crisis del dominio colonial, de luchas y conspiraciones
patriotas. Hacía tres décadas que la gigantesca rebelión de Tupac Amaru en el
Perú, y Tupac Catari en el Alto Perú había conmovido los cimientos de los
virreinatos. “Se remueven del Inca las tumbas” reza nuestro himno completo.
Desde entonces se había producido la reconquista y la defensa del pueblo de
Buenos Aires contra las invasiones inglesas, lucha decisiva que aceleró la
crisis de la dominación española, permitió el armamento popular, la formación y
bautismo de combate de las milicias criollas, incluyendo a los “pardos y
morenos” y el desarrollo vigoroso del partido de la independencia. Este, desde
entonces, como explica minuciosamente Azcuy Ameghino, fue acumulando fuerzas,
conspirando y buscando “las vías de aproximación” a la ruptura revolucionaria y
la destrucción del poder estatal colonial.
En 1809 la derrota de la “asonada” del sector españolista de Álzaga
había permitido el desarme de los regimientos españoles. Ese mismo año el
terremoto de las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz, ferozmente reprimidas,
preparó el terreno para el desenlace de 1810. Allí cayeron martirizados
compañeros de los revolucionarios de Buenos Aires. En la semana de mayo los
criollos, acompañados de “lo ínfimo de la plebe alucinada”, como dice
horrorizado un enemigo, irrumpen, jugando un papel decisivo una vanguardia
forjada en esos años, que encabezó una confluencia de muy diversos sectores.
No hubo esos días reacción militar inmediata de los españoles debido a
una correlación de fuerzas adversa para ellos en Buenos Aires. Su fuerza
militar anidaba en el Alto Perú (actual Bolivia), Perú y Montevideo, y se
aprestaron en Córdoba a contragolpear. Por eso, la instauración del nuevo poder
criollo por la vía revolucionaria fue en realidad el decisivo inicio de una
prolongada guerra anticolonial, en la que los nuevos ejércitos patriotas
(armados sobre la marcha, con muy escasos recursos, armamento y organización),
los pueblos en armas en el Norte, la Banda Oriental, Cuyo y el heroico esfuerzo
de las guerrillas altoperuanas y salto-jujeñas, debieron enfrentar a los
ejércitos españoles, hasta el logro de las victorias definitivas en América del
Sur de Ayacucho (1824) y Tumusla (1825).
Por más que España estuviera en decadencia, no se resignó pacíficamente.
Por el contrario reaccionó con sus ejércitos en suelo americano y con los que
fue enviando desde Europa. Se requirió de la justa violencia revolucionaria de
los pueblos en esa guerra para destruirlos y con ellos al aparato estatal
colonial, sacudir así el yugo y conquistar la independencia, objetivo de la
revolución que se logró.
Unidad de fuerzas patriotas
En la confluencia de fuerzas patriotas, se expresaban muy diversas
clases y sectores sociales con distintos intereses: Para los negros, la
destrucción del poder estatal colonial, garante de su esclavitud, era el primer
paso indispensable para lograr su libertad; para los campesinos -indígenas,
mestizos y criollos pobres- sometidos a distintas formas de subordinación
feudal o semifeudal, el fin del dominio colonial era el primer paso para
eliminar las servidumbres y tributos, y fundamentalmente extirpar los
latifundios para poder acceder a la tierra para trabajarla libremente. Para los
artesanos, poder desarrollar sin tributos ni trabas su actividad y vender
libremente sus mercancías, desarrollando sus producciones; para la pequeña
burguesía criolla, empleados urbanos, pequeños comerciantes, profesionales e
intelectuales, esa era la condición para gozar de libertad e igualdad; a los
indios, los pueblos originarios, razones ancestrales los empujaban a enfrentar
al opresor español para garantizar o conquistar su libertad y
autodeterminación.
Fin del dominio colonial
En fin, para todas las clases y sectores populares, el fin del dominio
colonial, la independencia, era el requisito para afirmar la soberanía popular
y abrir un proceso revolucionario de transformación de la sociedad feudal y
esclavista impuesta por los españoles, una Revolución democrática, con el
contenido antifeudal y burgués de la democracia, propio de aquella época histórica
de la revolución francesa, en la que se afirmaba el capitalismo en Europa entre
las ruinas del viejo orden feudal de la nobleza, sostenido por los monarcas
absolutos.
Esos intereses y objetivos se expresaron, en distinto grado, en los
proyectos, objetivos y acciones de la corriente democrática-revolucionaria de
los” jacobinos” porteños, la izquierda de mayo como la define Azcuy, dirigida
por Moreno, Belgrano, Castelli, Vieytes, etc., cuyo accionar fue decisivo en
los acontecimientos, en el accionar de la Junta y la expansión de la revolución
en el año 1810 hacia el Norte y el Alto Perú, el litoral y la Banda Oriental.
Más tarde esos proyectos volverían a expresarse en distintos liderazgos
patriotas, como el de Artigas en nuestras provincias litorales y el Uruguay,
promoviendo el reparto de la tierra de los terratenientes enemigos entre los
pobres del campo.
También importantes sectores de terratenientes y grandes comerciantes
intermediarios del comercio exterior, la “aristocracia criolla”, estaban interesados
en acabar con el dominio colonial español. Se oponían al monopolio comercial,
querían acceder libremente al mercado mundial, vendiendo los productos de la
tierra e importando manufacturas de Europa, y acabar con la renta colonial que
se llevaban los monopolistas españoles y la Corona. Sin embargo estos sectores
se oponían a una revolución democrática y antifeudal. Representaban la
corriente conservadora del “orden social” dentro del frente patriota. Dentro de
la Primera Junta los expresó el saavedrismo y más tarde los centralistas
porteños con Rivadavia y los directoriales, así como otros sectores
conservadores de las provincias del interior. A fines de 1810, con el
desplazamiento de Moreno, la corriente jacobina, democrático-revolucionaria, es
derrotada y desplazada, hegemonizando los gobiernos patrios posteriores la
clase terrateniente y sus socios comerciales. Procuraron que la revolución y la
guerra trastocaran lo menos posible las relaciones sociales feudales. Buscaron
expandir los latifundios, practicaron las levas forzosas y el sometimiento del
pueblo, conservaron la esclavitud (en el año 1813 sólo se decretó la “libertad
de vientres”). Afirmaron el libre cambio como política comercial para vender
los cueros y comprar a Inglaterra sus productos industriales, trabando la
producción local. Se oponían a la democracia y al federalismo. Por sus
intereses de clase, fueron muy vacilantes en la guerra contra España, temerosos
de desplegar la lucha popular de las masas, y prefirieron confiar más en la diplomacia
y el apoyo británico antes que en las fuerzas propias. Por eso temieron
declarar la independencia hasta 1816.
A pesar de las vacilaciones y el despotismo de esos gobiernos
posteriores, el esfuerzo de las masas populares, de las corrientes revolucionarias
y de los líderes patriotas consecuentes como Belgrano y San Martín, Güemes,
Arenales, Padilla, Juana Azurduy y otros, fue el que llevó adelante la guerra.
Sin su esfuerzo no se hubiera logrado la independencia. Pero la Revolución
quedó inconclusa: la hegemonía terrateniente impidió las transformaciones
democráticas, antifeudales, sobre todo en el terreno agrario. Se configuró una
economía semifeudal, trabada en su desarrollo y su mercado interno, subordinada
al comercio con las potencias capitalistas de Europa.
Por una segunda Independencia
A fines del Siglo 19, la oligarquía terrateniente abriría la puerta a
los capitales extranjeros, ya en la fase imperialista del capitalismo,
asociándose subordinadamente a ellos, configurando nuestra economía dependiente
y afianzando la dominación imperialista sobre nuestros recursos y decisiones.
Muchas de las reivindicaciones del pueblo de aquel tiempo de mayo de 1810, como
el acceso a la tierra, aún esperan satisfacción y tienen hoy un contenido
revolucionario. La opresión imperialista, garantizada por nuestras clases
dominantes, la burguesía intermediaria y los terratenientes, campea en la
Argentina dependiente, dominada por los monopolios de distintos imperialismos
de la actualidad que se disputan nuestra patria.
Por eso, en el debate abierto con el bicentenario, frente a los que
conmemoraron el Centenario de la nación oligárquica, frente al gobierno
kirchnerista que festeja sus 10 años y ha presentado su política entreguista
como la realización de una presunta independencia, en medio de una Argentina
extranjerizada hasta el hueso, afirmamos la necesidad de una nueva Revolución
para lograr la Segunda y Definitiva Independencia, consigna por la que los
pueblos y las fuerzas revolucionarias de toda América latina vienen luchando
desde principios del siglo 20 y que conserva la mayor actualidad. En nuestra
época, la del imperialismo y las revoluciones proletarias, la clase obrera
argentina, a la cabeza de todo el pueblo, es la legítima heredera de aquellas
masas populares y de muchos de los mejores objetivos
democrático-revolucionarias enarbolados por la “izquierda de mayo”: Podrá
llevarlos al triunfo con la revolución democrático-popular, agraria y
antiimperialista que abrirá el camino al socialismo en nuestro país.
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