El resultado de una
política deliberada
¿Quién gana con la
inflación?
escribe Eugenio Gastiazoro
Inflación es el crecimiento continuo y generalizado
de los precios de los bienes y servicios o, dicho de otra manera, la
persistente disminución del poder adquisitivo del dinero. Para ser sostenida en
el tiempo depende de la emisión monetaria que hacen los gobiernos.
Por más que se diga que se hace esto para estimular
la demanda, si la fabricación de dinero no tiene un respaldo en la producción,
esta emisión va a terminar convalidando e incluso incentivando el aumento
sostenido de los precios, con el consiguiente deterioro del poder adquisitivo
del dinero.
Esto no es neutral en la economía, pues hay quienes
tienen la posibilidad de aumentar los precios según el ritmo de la inflación, o
más, “previniéndola”, y quienes no pueden hacerlo al mismo ritmo o al mismo
tiempo, como ocurre con los pequeños y medianos productores o comerciantes y
más claramente con los asalariados cuyos ingresos se pautan anualmente (o
semestralmente en el caso de los jubilados y pensionados). Como observaba
Horacio Ciafardini en un artículo que reprodujimos hace poco en el Hoy (“Qué es
esto de la inflación”, HOY número 1402), la inflación “no se trata simplemente de
una tendencia generalizada de los precios a aumentar, sino de una tendencia de
los precios a aumentar de manera despareja. Por eso se dice que varían los
precios relativos”.
Ayuda
mirar los vecinos
Hay quienes dicen que un poco de inflación es bueno,
pues ello ayuda a activar la economía a través de un aumento de la demanda. Por
supuesto que eso lo consideran así defendiendo el sistema capitalista, obviando
que de esa manera lo pagan los trabajadores a través del deterioro del poder
adquisitivo de sus salarios.
Pero los problemas se agudizan cuando la emisión
monetaria excede ciertos límites, trasformándose en una política sistemática.
Más en un país como el nuestro donde las principales distorsiones en los
precios relativos están originadas en las elevadas rentas, terrateniente y
monopólica, que determinan y refuerzan la estructura económica latifundista y
dependiente del país, en desmedro de los trabajadores y el pueblo, y de todos
los pequeños y medianos productores que no pueden trasladar sus mayores costos
a los precios y terminan cada vez más ahogados.
Las tremendas distorsiones de precios que hoy vivimos
en Argentina, en comparación con la mayoría de los demás países dependientes
–incluso más atrasados económicamente que el nuestro–, se debe a una mayor
inflación sostenida con una emisión monetaria muy superior a la capacidad
productiva real de la economía. Además, a cómo financia el gobierno
kirchnerista sus gastos, aumentados extraordinariamente por su sustento en la
corrupción. Como también escribía Horacio Ciafardini (en Crisis, inflación y
desindustrialización en la Argentina dependiente, Ed. Agora, pág. 68): “El
déficit del presupuesto es importante causa de la inflación, y mucho se habla
de él. Pero tiene mucha más importancia, y se habla mucho menos, de la
principal y determinante causa de ese déficit, que es la corrupción del aparato
estatal; es decir, el saqueo del aparato estatal”.
Un aumento en la cantidad de dinero en circulación
incentivará una mayor demanda por bienes y servicios, lo cual, de inicio
provoca un aumento en la producción. Pero ese crecimiento de la cantidad de
dinero por sobre la producción es lo que termina convalidando el aumento en el
nivel general de precios, con lo que rápidamente se agotan los estímulos temporales
al empleo y la producción.
Es
necesaria otra política
Tanto la presión de la demanda como el empuje de los
costos lo único que provocan es una distorsión en los precios.
Cuando se dice que el déficit fiscal genera
inflación, es porque el mayor gasto del gobierno es el que estimula la demanda.
Pero ese gasto debe ser financiado. Una posibilidad es incrementar los
impuestos, o también recurrir al endeudamiento. Sin embargo, un aumento
sostenido en el gasto no puede ser financiado por esos medios, ya que los
impuestos no pueden ser incrementados indefinidamente y del mismo modo sucede
con el crédito, así que se llega a que tenga que intervenir el Banco Central
emitiendo moneda.
En el caso actual de la Argentina, con la política
del gobierno kirchnerista de emisión monetaria para cubrir el déficit fiscal,
agrandado por la corrupción en que se sustenta, el país sufre una de las más
grandes tasas de inflación, en un mundo capitalista con bajas tasas de
inflación e incluso con presiones a la deflación (presiones a la baja de
precios) por la crisis que lo afecta.
Limitado en sus posibilidades de nuevos
endeudamientos y manteniendo una estructura impositiva regresiva que aumenta el
ahogo de los trabajadores y la producción nacional, el gobierno kirchnerista
recurre cada vez más a la impresión de moneda, como forma de financiar su
déficit.
Es decir que para mantener la corrupción y los
beneficios impositivos de los monopolios y financistas con que ha “construido”
su poder, el gobierno kirchnerista recurre a la inflación como forma de
estrujar más a los que menos tienen.
Mientras se mantenga esta política, por más controles
de precios con que se la quiera limitar, la inflación va a seguir brotando por
todos lados y se seguirá agravando la distorsión en los precios relativos que
determina y refuerza la estructura económica latifundista y dependiente del
país en desmedro de los trabajadores y la producción nacional. Lo que se
requiere es una política que defienda verdaderamente al peso, que defienda
verdaderamente a los trabajadores y la producción nacional y que realice una
reforma impositiva profunda que haga pagar más a los que tienen más, aliviando
la carga de los que tienen menos. Claro que esa política requiere otro
gobierno, un gobierno verdaderamente del pueblo, democrático, patriótico y
antiimperialista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario